Creo que la última gran celebración de mi cumpleaños fue la de mis quince.
Era una adolescente ruidosa y extrovertida, recuerdo que no me gustaba esa palabra cuando en todos los informes de notas los profesores la ponían para describirme.
Esa puede ser una respuesta cuando veo en perspectiva y comparo con la adulta que soy hoy. Me extraño cuando recuerdo esa persona que fui que gritaba, cantaba, imitaba voces y llamaba la atención en todas partes.
No la encuentro en la mujer que soy hoy, pero supongo que por ahí anda escondida.
Desde esa fiesta que tanto se empeñó mi papá en hacer, yo no hago fiestas para celebrarme.
Tengo una relación curiosa con el tiempo y cada que cumplo años, como reacción a ella, me inclino a continuar el día como un día común y corriente, como si nada pasara.
En ese libro precioso de Rovelli, El orden del tiempo, el físico dice que: “no hay dos tiempos, sino montones de ellos. Un tiempo distinto para cada punto del espacio. No hay un solo tiempo; hay muchísimos”.
Y mi forma de comprenderlo es entender que mis ciclos no responden a mi fecha de nacimiento.
Los cumpleaños han sido un momento para pensar sobre lo que cada año he sentido, he buscado y sobre cómo a lo largo del tiempo ha cambiado el contexto, las personas, la forma en la que he querido “celebrarlo”; lo pongo en comillas porque han sido celebraciones íntimas, silenciosas y por eso empecé el texto recordando mi última gran celebración hace más de dos décadas.
Me sorprende que, cada año, siento que puedo vivir más. La evolución de todo en las ultimas tres décadas ha sido tan acelerada que pasamos de un promedio de vida de ochenta años a ver posibilidades cercanas de vivir más de cien. Y eso, les digo, cambia la vida. ¿O acaso tomarían las mismas decisiones que algunos toman a los 60 si supieran que tienen una expectativa de vida de otros 60 más?
Cada año es un ángulo distinto para observarse.
Y se mida por septenios, por décadas, por números de suerte o fechas que coincidan o signos del zodiaco o ubicaciones de los planetas, es verdad que volver a la fecha de nacimiento cada año merece una pausa.
Unos la usan para festejar la vida, otros para repensarse. Hay otros a los que se les olvida y para muchas personas, después de cierta edad, no vale la pena ni siquiera recordarlo.
Yo soy de las que cree que en días como hoy hay que celebrar lo común y lo corriente.
Me levanto, me hago mi café de la mañana, hago ejercicio, arreglo a mis hijos, les leo, escucho radio, le doy un beso a mi esposo, desayuno, voy a trabajar, pienso, escribo, pasa el día y todo eso que es “normal” se convierte en mi mayor celebración.
Ver en lo de todos los días la belleza es mi regalo.
Mis recomendaciones:
Podcast:
🎧 Las raras – episodios sobre lo íntimo, lo cotidiano y los ciclos.
🎧 De eso no se habla - con artistas, escritoras y madres hablando de los giros en sus vidas.
Película:
Boyhood – una vida contada año a año. Esta película la vi hace muchos años y no me impactó tanto como hace poco que la repetí, ya siendo mamá. A veces creo que esa realidad sobre nuestro paso del tiempo es un poco más clara para quienes vemos crecer a nuestros hijos. Aunque claro, también para quienes no los tienen, puede ser claro viendo envejecer a nuestros padres.
Gracias por leer.
Las diminutas dichas son el porqué sí de todo, al celebrar la cotidianidad, celebramos lo pequeño, lo que da cimiento y construye nuestros días.
Felicidades Amalia.
Tremendooooooo Ama, linda reflexión, te he seguido por muchos años, en varias las redes sociales, y siempre espero que escribirás cada año, en esta fecha, siempre me sorprendo, me identifico por algunas o muchas cosas, y me siento a reflexionar.